EDICIÓN 2025

Entre la Vida y el Olvido

¿Cuáles son los temas de la conferencia?


"Entre la Vida y el Olvido"

Cuando contemplamos el futuro de la humanidad y las raíces que nutrirán el mañana, es indispensable reconocer el rol de la era digital: una espada de doble filo que mejora y optimiza nuestra vida diaria, a costa de borrar imperfecciones. Esta transición emergente premia la automatización que cumple estándares preestablecidos, a la vez  que intenta reprimir cualquier rasgo de autenticidad.

Lo genuino, lo imperfecto y lo espontáneo, elementos que históricamente han sido el motor de la creatividad y la conexión humana, corren el riesgo de quedar obsoletos o irrelevantes. Al sacrificar nuestra individualidad, homogeneizamos nuestras expresiones y reducimos nuestra identidad a patrones predecibles.

En el contexto de la sociedad moderna, nos hemos vuelto cada vez más vulnerables frente a instituciones dominantes que configuran nuestras creencias y condicionan nuestra realidad.  A medida que perdemos acceso a la verdad, el poder de las mismas escala, redefiniendo nuestra forma de relacionarnos con el otro y, por lo tanto, nuestros valores colectivos.

¿Cómo podemos forjar una identidad en un mundo cada vez más automatizado? ¿Hasta cuándo ignoraremos que estamos dejando atrás nuestra humanidad?



Subtemas

Los siguientes textos profundizan en las ideas principales de cada uno de los subtemas de esta edición.

El Enigma del Engaño

¿Podemos realmente hablar de una realidad si no somos capaces de distinguir entre una verdad objetiva y un engaño? Actualmente, enfrentamos una amenaza latente en la que la desinformación sigue creciendo y las realidades fabricadas son cada vez más adoptadas como auténticas. Los algoritmos diseñados para manipular nuestras respuestas se están perfeccionando, transforman los cimientos de nuestra identidad. Las plataformas continúan obteniendo ganancias a costa de nuestro acceso a la transparencia. ¿Cómo podemos ofrecer una solución si estamos cegados por una realidad en la que poseer la verdad es un lujo y no un derecho?  

La tecnología se ha fusionado con la humanidad, redefiniendo por completo nuestra realidad. Ha contribuido enormemente a la conectividad global, permitiendo que mensajes y conocimientos traspasen fronteras. Hemos presenciado un aumento en la productividad, una mayor disponibilidad de la educación y avances científicos, como herramientas para combatir el cambio climático. Estas innovaciones también fortalecen la capacidad de los ciudadanos para exigir a sus líderes tomar responsabilidad, otorgándoles una voz en la esfera pública que puede reclamar por justicia y denunciar a los grandes poderes.  

El conocimiento es poder; un recurso que permite a ciertas entidades desviar la verdad y engañar a las masas. Hoy en día enfrentamos una peligrosa asimetría informativa, en la que aquellos que controlan el acceso al conocimiento tienen el poder de moldear nuestra realidad. Es crucial enfatizar que lo que hacemos como ciudadanos, con la información que poseemos, define nuestros ideales, creencias y confianza. Más aún, la claridad y la objetividad nos permiten tomar decisiones informadas, ya sea en relaciones personales, en la gobernanza o en los avances científicos. Sin la verdad, la medicina no podría avanzar, las leyes se construirían sobre la injusticia y la historia podría ser reescrita. 

En un contexto donde la información puede ocultarse o manipularse con facilidad, nuestras acciones pueden conducir también a una brecha en la privacidad.  Nuestra exposición sigue aumentando y los datos personales se han convertido en la nueva moneda. En la oligarquía tecnológica en la que vivimos, pequeños grupos de poderosas empresas de innovación dominan áreas clave de la sociedad, como la información, la comunicación e incluso la gobernanza. En este sistema no somos los clientes, sino el producto. Prospera el capitalismo de vigilancia: cada click, búsqueda, ubicación e interacción, es rastreada, y nuestros patrones son analizados. La mayoría de los usuarios desconoce la magnitud de los datos que están siendo recolectados.  

Esta comercialización de los datos personales alimenta directamente el auge de la desinformación impulsada por la Inteligencia Artificial, donde podemos identificar síntomas claros de este dilema. Por ejemplo, las imágenes y videos generados por Inteligencia Artificial pueden reescribir eventos históricos de manera convincente, borrando verdades y fabricando realidades completamente nuevas. Los deepfakes, las voces sintéticas y las noticias falsas desafían nuestra capacidad humana de discernir narrativas erradas. Las redes sociales priorizan la interacción por encima de la precisión, reforzando burbujas informativas donde florecen las falsedades. Dependemos cada vez más de la tecnología, volviéndonos vulnerables a una pérdida significativa de privacidad y, por ende, de nuestra libertad. La capacidad de la IA para engañar, manipular y difundir desinformación es una herramienta poderosa y peligrosa en manos equivocadas. La línea entre lo real y lo falso sigue difuminándose, volviéndose cada vez más fina.  

Además, la automatización puede generar información engañosa con un tono autoritario, socavando la confianza en las instituciones y en el consenso científico. Cuando la verdad se vuelve elusiva, la base de la toma de decisiones informadas se desmorona, lo que conduce a la fragmentación social y a la desconfianza. En países de todo el mundo, hay un aumento exponencial en los niveles de polarización dentro de la sociedad. Este fenómeno detiene los avances en la búsqueda de soluciones a los problemas que enfrentamos, hasta el punto en que las creencias opuestas han generado tal odio que la comunicación entre bandos se vuelve imposible.  

¿Por qué es que la desinformación sigue persistiendo y las noticias falsas parecen tener más relevancia que la información verídica? Nuestra sociedad responde al reforzamiento de lo que ya creemos, y nos guiamos por la asunción de que algo es cierto simplemente porque lo escuchamos con frecuencia. Además, la falta de alfabetización mediática y educación en pensamiento crítico impide que las personas identifiquen sesgos y cuestionen la información. La humanidad está impulsada por el miedo y la incertidumbre en tiempos de crisis, lo que permite que surjan respuestas sin control ni verificación. Estos factores profundamente arraigados están aún más incrustados en el suelo de la era digital. Surge la duda de si la expresión y el crecimiento de la innovación son más importantes que la preservación de la verdad.  

La supresión de nuestra realidad no solo derrumba elementos fundamentales de nuestra sociedad, como el consenso y la confianza, sino que también nos priva de una herramienta clave para protegernos contra la manipulación y la opresión. Históricamente, distorsionar y redefinir la verdad ha sido una de las estrategias más efectivas para ejercer control. Podemos encontrar ejemplos de esto en nuestra vida cotidiana: tácticas de miedo en la publicidad que facilitan afirmaciones no verídicas o la propaganda que utiliza ideales nacionalistas para obtener apoyo y generar incertidumbre moral. En un mundo sin honestidad, las personas dependen de emociones, sesgos, figuras de autoridad o información errónea, llevándolas a actuar en contra de sus propios intereses.  

Estamos entrando en una era en la que la verdad ya no es una necesidad indiscutible, sino un campo de batalla en disputa. El creciente poder de la tecnología continúa erosionando nuestras defensas contra la manipulación, convirtiendo la desinformación en una fuerza ineludible en nuestras vidas. Las mismas herramientas que han conectado a la humanidad y expandido el conocimiento ahora se están utilizando para distorsionar y manipular la realidad. En un mundo donde la mentira es más accesible que nunca, ¿cómo podemos recuperar la verdad?

La Ilusión del Sentido

¿La tecnología facilita nuestro camino hacia el propósito, o nos sumerge en una corriente de distracciones que solo refuerzan la ilusión de estar avanzando? Esta pregunta, que en apariencia parece fácil de responder, abre la puerta a un mundo en el que lo sólido se deteriora, la incertidumbre gana terreno, y la noción del sentido parece desvanecerse. En ese entorno, “La Ilusión del Sentido” se muestra como un título que nos invita a reflexionar sobre el lugar que ocupamos en la modernidad contemporánea, y a cuestionarnos cuál es el verdadero precio que pagamos por perseguir, con tanto ímpetu, aquello que usualmente llamamos “éxito”.

En el pasado, la búsqueda del sentido estaba fuertemente ligada a una noción de estabilidad y progreso. Lo que alguna vez fue un ideal asociado a la prosperidad económica, la movilidad social y la satisfacción de las metas personales a través del trabajo duro, formaba parte de una época que el sociólogo Zygmunt Bauman denominó “modernidad sólida”. Este período se caracterizaba por instituciones aparentemente inamovibles, estructuras familiares sólidas y un camino relativamente claro hacia la autorrealización. Dichas estructuras fomentaban el esfuerzo, la constancia y la determinación, mientras que ofrecían la promesa de una recompensa futura: una casa propia, una familia unida y un trabajo estable.

Sin embargo, la modernidad sólida fue dando paso paulatinamente a lo que Bauman describió como “modernidad líquida”. En esta nueva etapa, las certezas se evaporan y todo se vuelve volátil. Las relaciones personales se transforman en vínculos frágiles, las instituciones ya no representan ese eje robusto de identidad y, en consecuencia, la búsqueda de un sentido se vuelve inestable. Un ejemplo claro, es el trabajo, el cual deja de ser ese peldaño firme sobre el cual construir una vida y comienza a asumir un lugar más transitorio, inestable y, en muchos casos, efímero. La tecnología, con su capacidad para ofrecernos gratificación instantánea, refuerza esta dinámica acelerada y volátil, haciendo cada vez menos visible lo que antes definía nuestros proyectos a largo plazo.

Aun dentro de este panorama de inestabilidad, seguimos en búsqueda de un propósito que nos indique el camino. Es aca donde la obra de Viktor Frankl, “El hombre en busca de sentido”, cobra relevancia. Frankl, psiquiatra y sobreviviente de los campos de concentración del tercer reich, describió en su libro cómo incluso en las condiciones más extremas el ser humano puede encontrar motivos para seguir adelante si descubre un significado profundo que sea capaz de guiar su existencia. En la realidad actual, marcada por la modernidad líquida, esta lección de Frankl nos plantea que el sentido no siempre surge de la abundancia material o de la gratificación instantánea, sino de la capacidad de trascender las circunstancias y comprometerse con objetivos más allá de lo tangible.

¿Realmente la búsqueda de sentido descrita por Frankl, fijada en la voluntad de dar un significado trascendente a la vida, logra sostenerse en un ambiente donde casi todo parece efímero? Por un lado, la constante aceleración y la promesa de gratificación instantánea nos empujan rápidamente de un estímulo a otro, dificultando la reflexión profunda y el compromiso a largo plazo. No obstante, hay quienes argumentan que la misma inestabilidad que caracteriza esta época abre nuevas oportunidades para reinventar, una y otra vez, el significado personal, evitando así, que este, quede arraigado a un propósito ya primitivo.

Al mismo tiempo, el aumento de experiencias virtuales y el creciente poder de las corrientes de opinión, han generado contextos donde la realidad se moldea de manera colectiva y cambiante. Esto puede llevarnos a una cierta confusión a la hora de entender que es realmente significativo y que no es más que una ilusión fabricada para generar impacto inmediato. A pesar de esto, si recuperamos la visión de Frankl, encontramos que el sentido nace del poder interno y trasciende las circunstancias. Aún en medio de la vorágine, siempre existe la posibilidad de elegir y de atribuir a nuestras vivencias un propósito que no dependa exclusivamente de factores externos. En otras palabras, pese a la inestabilidad, la esencia de esta búsqueda sigue presente, aunque se ve constantemente puesta a prueba por estímulos que nos invitan a la dispersión.

Quizás ese sea el mayor desafío de la modernidad en la que vivimos, aprender a sostener esa determinación en un entorno en constante cambio. Para ello, la propuesta de Frankl cobra nueva vigencia: cada persona, en su propia realidad, puede asumir la responsabilidad de encontrar motivos para avanzar, aun cuando el mundo de afuera se torne confuso. Si bien las condiciones materiales, tecnológicas y culturales fueron mutando drásticamente desde esa época, la pregunta que surge es la misma: ¿Somos capaces de hallar un propósito que nos impulse a perseverar, incluso cuando nada parece estable? El escenario actual no cancela esta posibilidad; la reconfigura. Nos ofrece recursos que pueden, paradójicamente, fortalecer nuestra voluntad de sentido o sepultarla bajo la inercia de la inmediatez. En última instancia, la decisión final descansa en nosotros mismos: elegir darle significado a lo que vivimos o sucumbir ante la sensación de que todo es pasajero y carente de trascendencia.

El Hilo de la Percepción

Todos estuvimos ahí. Ya sea en una presentación, una tarea, un concierto de piano o un partido de fútbol, todos vivimos el instante donde figurativamente – o literalmente – se levanta el telón y el público te observa, expectante. Hay muchos factores que pueden influir en tu desempeño, pero algo es indiscutible: el solo hecho de enfrentarte a esta experiencia ya te hace mejor. Detrás de cada éxito está aquella nota que tocaste mal, la palabra que se enredó al hablar, o la técnica que tuvo que refinarse y pulirse hasta que prácticamente salga sola. La perspectiva ajena nos ayuda a superarnos una y otra vez, guiándonos a través de errores cuantificables, en un plano donde lo correcto y lo incorrecto existen y hay un límite definido entre ambos.

La palabra feedback es un término moderno, pero se refiere a una práctica milenaria. Estuvo presente en los mayores avances de la humanidad: en la evolución de nuestras ideas, en decisiones que cambiaron el curso de la historia y hasta en nuestra propia fisiología. Su valor inherente nos permite construir sobre lo aprendido. En su forma más primordial, el proceso es siempre el mismo: sacar una pieza y cambiarla por una nueva, o quedarte con la que ya tenés. En la arquitectura de nuestro desarrollo personal, es un proceso bastante simple.

Sin embargo, ningún concepto es aislado al contexto en el que existe, y debe ser replanteado en función de los nuevos paradigmas. Es el año 2025 y llevamos décadas interconectados de una forma totalmente inconcebible. Las generaciones de hoy nacen con el mundo al alcance de la mano y crecen bajo la ilusión de que saben qué hacer con él. La abundancia de contenido disponible alimenta la naturaleza autocomplaciente de las plataformas digitales. El usuario, al estar expuesto a tantas opiniones, pierde la capacidad de analizarlas cualitativamente y se diluyen en ruido de fondo. En un intercambio cara a cara, cada cual sabe con quién está hablando y es más fácil leer entre líneas. En el mundo virtual, el contexto individual de cada persona se desvanece; distintas culturas, religiones e historias convergen en un solo hilo, bajo el confort del anonimato.

Además, las redes sociales evolucionaron de manera tal que cualquier publicación abre la puerta a la opinión del otro. Se satura el ecosistema de interacción y se establecen ciertos consensos sobre qué contenido es aceptable. Sin darte cuenta, sometés a juicio fragmentos de tu vida cotidiana: tu nuevo puesto de trabajo, el lugar donde fuiste de vacaciones o la ropa que usaste para salir a cenar. Todas son decisiones tuyas, y hasta las más insignificantes emergen desde lo más profundo de tu identidad.

En efecto, nuestra existencia se ha vuelto performativa. La sociedad es un sistema permeable, y nos estamos acostumbrando cada vez más a la omnipresencia de la percepción ajena. La evaluación constante en los ámbitos educativo y profesional expone nuestro desempeño a la mirada externa, desviando nuestro enfoque hacia cómo se presenta el trabajo más que el proceso en sí. Evitamos consultas médicas mientras adoptamos las últimas tendencias de autocuidado, alimentación o ejercicio. Incluso cambió nuestra forma de consumir arte – cada obra se reduce a un producto hecho para el consumo masivo, corrompiendo la vulnerabilidad que caracteriza a la expresión creativa.

Una vez más, la validación externa no es un concepto nuevo. Pero nunca estuvo tan presente. En tiempos recientes, se arraigó en las grietas de nuestra humanidad, distorsionando lo genuino y verdadero para cumplir con los estándares de una falsa democracia. A primera vista, la retroalimentación contemporánea aparenta ser algo bueno, dado que constantemente nos otorga indicaciones sobre cómo mejorar. El problema está, justamente, en que la mejora no parece tener fin, y ahora estamos operando sobre nuestra propia maquinaria. Cuando nos demuestran que quiénes somos tiene algún defecto, entendemos que toca sacrificar una porción de nuestra autenticidad, porque así funciona el feedback. Sacás una pieza, la reemplazás.

La cuestión no es solamente cómo nos afecta el ciclo de retroalimentación, sino también cómo lo alimentamos. Somos un componente clave del mismo, y con ello viene tanto el desafío como la oportunidad de regularlo. Si queremos mirar hacia el futuro, es un buen momento para preguntarnos cómo delimitar el feedback que aporta valor y el que no. Quizás sea imposible marcar una línea clara, o quizás sólo hace falta intentarlo.

Después de todo, nadie puede negar que el proceso funciona. Si uno se deja manipular por el hilo de la percepción, es casi inevitable encajar en los parámetros de éxito actuales. Sin embargo, esta premisa es la que hace que todos nos conectemos a la misma red, adhiramos a los mismos estándares y generemos productos cada vez más parecidos. Es así como el mundo se vuelve monótono, menos rico en color e idiosincrasias. Y también, por supuesto, está la cuestión de vivir el resto de tu vida con una pieza dentro tuyo que nunca va a encajar del todo.

 

Nota: Las opiniones e ideas presentadas en los textos fueron pensadas como motivación para facilitar la redacción de los textos necesarios para aplicar al SABF. No deben ser tomadas como verdad absoluta. En caso de estar en desacuerdo con las ideas presentadas, invitamos a los aplicantes a expresarlo en sus textos.